I. LA MEDICINA MAGICA PRECOLOMBINA
Hablar de la medicina en el México Prehispánico es imposible sin entender el concepto de Cosmovisión (Teoría o relato que trata del origen y la evolución del universo) que regía cada una de las actividades de las sociedades mesoamericanas. El mundo y la vida de todo individuo estaba circunscrita al designio de los dioses y los astros desde el mismo momento de su nacimiento e inclusive más allá de su muerte.
Fue común entre las diversas culturas americanas la existencia de un calendario solar de 365 días, pero de vital importancia era un calendario sagrado de 260 días en torno al cual giraba el acontecer de todo el grupo, pero que además confería a cada recién nacido algunas características en cuanto a su personalidad y cierta predisposición a padecer algunas enfermedades o disfunciones, por lo que los nacidos en una fecha particular corrían el riesgo de tener corazones, ojos o cualquier otro órgano débil. Sin embargo, gran parte del desarrollo de estas enfermedades era producto del comportamiento cotidiano.
Un concepto fundamental en la vida de estas sociedades estaba constituido por la idea de equilibrio respecto a su entorno, a su propia persona y a su actitud ante los dioses; la búsqueda de mesura en diferentes aspectos del proceder diario, como el trabajo, la sexualidad y la actividad física, así como su comportamiento para y con el grupo. De esta forma, caer en algún exceso llevaba al desequilibrio y era causa de enfermedad.
Se ha dicho que América antes de la llegada de los españoles era el Edén. No es así, con la tecnología al servicio de la arqueología, hoy se sabe que se presentaban algunas epidemias de influenza, neumonía o tuberculosis, sin embargo, evidentemente se trataba de sociedades mucho más sanas que las europeas, resultado precisamente de esta búsqueda de moderación, disciplina y cuidado por la higiene, además de una alimentación balanceada. El pueblo mexica y la mayor parte de los pueblos mesoamericanos tenían una gran preocupación por el aseo y la limpieza, por ello, era imprescindible el baño diario aún entre los bebés y en invierno; existía un uso cotidiano de jabones, desodorantes y dentríficos. Las grandes ciudades como Teotihuacan y Tenochtitlan contaban con servicios públicos que en nada distaban de los actuales, pues se recolectaba la basura y existían redes de agua potable y drenaje. Es entonces entendible que la esperanza de vida entre estas comunidades era mayor que la de ciudades europeas, no sólo de la misma época, sino de siglos después.
La medicina prehispánica era, pues, una suerte de magia y el resultado de amplios conocimientos sobre anatomía, fisiología y la acción de ciertos elementos provenientes de plantas, animales y minerales sobre el estado de salud de las personas.
Existían también diferentes figuras que contribuían en la sanación de los males producidos por castigo de los dioses (Tezcatlipoca, la Diosa de la Luna, era considerada la mayor propagadora de enfermedades), por la influencia negativa de espíritus o brujos y, sobre todo, la repetición de acciones que los alejaran de ese punto medio que regula la vida. De esta forma, podían ser médicos, chamanes o sacerdotes, quienes intervenían a favor de la curación de alguien. Ante un diagnóstico “ certero”, el médico podía aplicar diversos remedios naturales a base de hierbas, a manera de infusión o tópicamente. Cuando se tenía la creencia de que podía ser la acción perjudicial de entes o de magia, entonces eran los chamanes los que conjuraban contra esa fuerza negativa.
En el caso de que pudiera tratarse de un dios actuando contra el individuo, era de esperarse que éste le pidiera por su alivio, mediante ofrendas y con el reconocimiento de que había provocado su ira por alguna acción incorrecta y tanto el médico – ticítl como el chamán podían proveer consejos en este sentido.
En esta división de la atención a los enfermos no existía una gran especialización, existían divisiones entre los que trataban a las embarazadas, o los que hacían cirugías y quienes se dedicaban al resto de las enfermedades, pero tanto el chamán como el ticítl o tepati atendían a niños, adultos o ancianos. Sin embargo, sí tenían conocimientos sobre cómo podían actuar específicamente ciertas sustancias, por ejemplo, algunas ocitócicas, o las que podían auxiliar en el caso de algunas infecciones leves y las que ayudaban a reducir la inflamación.
A pesar de no existir la figura de un médico dedicado sólo a los niños, si es conocido que el cuidado prodigado a ellos era extremo. La higiene diaria era fundamental y la lactancia materna era obligada, del tal forma que si la propia madre era incapaz de suministrar el preciado alimento al niño, se recurría a nodrizas. Posteriormente, la alimentación era estrictamente vigilada e incluía una dieta balanceada, rica en maíz, frijoles, amaranto, calabaza y una gran diversidad de productos de origen animal.
Sin embargo, estas medidas preventivas, así como el uso y comprensión de las diferentes sustancias y su interacción con el organismo, nos hablan del conocimiento y desarrollo de los primeros médicos de México. Hoy, gracias a la ciencia, sabemos que algunos de los elementos presentes en diversas plantas actúan de tal o cual forma y es posible sintetizarlos de forma industrial, pero podemos tener la certeza de que esa medicina mágica tenía sus fundamentos y que en muchas ocasiones –efectivamente- pudo haber curado a la gente.
Pero toda esta comprensión de la herbolaria y sus aplicaciones fue completamente erradicada tras la ocupación española. Asimismo, la aparición de enfermedades propias del viejo continente –a las que podemos considerar como
las verdaderas conquistadoras- condicionó su tratamiento a lo que sabían de ellas los galenos europeos, sin que los médicos aztecas pudieran hacer casi nada al respecto.
Esto es parte de lo que exploraremos en el siguiente punto, en el que hablaremos de la medicina colonial y la salud en el México Independiente